En la Unidad de Dermatología del Hospital La Moraleja contamos con un equipo médico de dermatólogos especializados en el tratamiento y cuidado de la piel.
La piel sensible tradicionalmente se ha considerado como un problema cosmético, pero a día de hoy es una condición dermatológica que cada vez tiene mayor reconocimiento en la práctica clínica.
Son pieles sensibles aquellas que reaccionan de una forma exagerada ante factores externos o internos. La peculiaridad es que esta sensibilidad se puede presentar incluso sin que haya alteraciones visibles, lo cual complica su diagnóstico clínico.
Se considera un síndrome subjetivo, porque no siempre hay una correlación entre la sintomatología referida por el paciente y los hallazgos objetivos observables durante la exploración dermatológica.
Las últimas investigaciones apuntan que en estos casos puede haber una disfunción en los receptores sensoriales cutáneos, siendo esto lo que genera una respuesta neurogénica aumentada. Este fenómeno es el que explica la sensación de ardor o picor cuando no hay lesiones visibles.
Determinar cuál es la piel sensible no es sencillo, porque los signos clínicos pueden variar mucho de un paciente a otro, y dependen de la reacción cutánea.
Entre los síntomas más habituales destacan la sensación de ardor o escozor; un picor o prurito que puede ir de leve a intenso; tirantez cutánea; enrojecimiento de la piel (eritema) y sequedad y descamación.
Es frecuente que los síntomas aparezcan tras la exposición a agentes desencadenantes como el frío, el calor, los productos cosméticos o los detergentes. Además, en algunos casos la piel sensible puede coexistir con enfermedades dermatológicas como la dermatitis atópica, la rosácea o la psoriasis.
Aunque no es lo común, hay pacientes que refieren también una hipersensibilidad táctil (alodinia cutánea), que implica que incluso el roce más leve de la ropa provoca incomodidad.
Más allá de las molestias propias del problema cutáneo, la piel sensible también puede provocar síntomas a nivel psicológico, generando ansiedad, baja autoestima y una pérdida en la calidad de vida.
Esta patología tiene un origen multifactorial, porque hay varios factores internos y externos que pueden afectar a la barrera cutánea y al sistema neuroinmunológico de la piel.
Los más habituales son:
Este tipo de agentes provocan una disminución de los lípidos epidérmicos y alteran el manto hidrolipídico, debilitando la acción protectora de la piel.
En este sentido, es especialmente importante tener cuidado con los tensioactivos presentes en los productos de higiene, ya que estos son los principales causantes de la irritación prolongada de la piel.
Aquí se incluyen:
El abordaje terapéutico de la piel sensible tiene que ser integral y personalizado. No hay una cura definitiva, pero sí se pueden implementar estrategias que disminuyan la reactividad cutánea y mejoren su tolerancia.
Los tratamientos para piel sensible que más eficacia han demostrado incluyen:
Se trata de usar emolientes y cremas hidratantes con ceramidas, ácido hialurónico y niacinamida; así como productos hipoalergénicos y sin fragancia.
Las formulaciones con agentes calmantes como la alantoína, la avena coloidal, la centella asiática o el bisabolol son las que mejores resultados dan.
El objetivo es reforzar la barrera cutánea, reducir la inflamación y calmar la sintomatología. Por el contrario, se recomienda evitar productos con activos agresivos como retinoides, ácidos exfoliantes o alcoholes secantes.
En los casos clínicos más severos, el dermatólogo puede prescribir fármacos como corticoides tópicos de baja potencia, antihistamínicos orales e inhibidores de la calcineurina.
Técnicas como la fototerapia controlada; las técnicas de relajación para reducir el estrés o la ingesta de suplementos con ácidos grasos esenciales y antioxidantes como el Omega 3 o la vitamina E; ayudan a modular los factores internos que exacerban la sensibilidad cutánea.
Además de los tratamientos específicos, un cambio de hábitos puede ayudar a reducir la condición de piel sensible y sus efectos.
Es recomendable limpiar la piel, especialmente la del rostro (que es todavía más sensible), con productos suaves sin alcohol ni jabones agresivos. Además, hay que evitar las exfoliaciones mecánicas frecuentes y acostumbrarse a utilizar protector solar de amplio espectro todos los días del año.
La hidratación debe convertirse en un paso más de la rutina de higiene diaria, incluso si se tiene una piel grasa.
Un cambio en el estilo de vida también puede hacer mucho para mejorar la condición de piel sensible. Es importante llevar una dieta equilibrada que sea rica en antioxidantes y en ácidos grasos esenciales, así como mantener una correcta hidratación corporal.
Además, resulta imprescindible dormir un mínimo de siete a ocho horas cada día para que el cuerpo pueda descansar y recuperarse.
Por otro lado, es interesante evitar los cambios bruscos constantes de temperatura y los ambientes con calefacción o aire acondicionado excesivo.
La piel sensible requiere un enfoque médico riguroso y una rutina de cuidado específica. Cuanto más sepa el paciente sobre sus desencadenantes individuales, mayor calidad de vida tendrá.
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